Hoy os presentamos una sección nueva del blog: el arte de hacer vino y aprender con el Celler Josep Vicens, un espacio dedicado a curiosidades vitivinícolas. En esta ocasión hablaremos de una aliada poco común en nuestra zona: la lluvia.
En el mundo de la viticultura, cada gota cuenta. Aunque a menudo pensamos en el sol como ingrediente clave para una buena cosecha, la lluvia juega un papel fundamental en el desarrollo saludable de las cepas. Cuando llueve en el momento oportuno, el viñedo lo agradece, y el resultado se refleja en la calidad de la uva y, en definitiva, en los vinos que nacen.
Sin embargo, la Terra Alta es una zona de secano, por lo que la falta de lluvia nos provoca consecuencias devastadoras. En los últimos años hemos llegado al extremo de que algunas cepas se han muerto por falta de agua, algo que, hablando con los más grandes del pueblo, nunca se había vivido hasta ahora. Por este motivo, cada vez es más común encontrar riego en las plantaciones de viñedo y otros frutales, una forma para intentar paliar las consecuencias de la falta de agua de lluvia.
La lluvia proporciona agua de manera uniforme y profunda, favoreciendo que las raíces de las cepas penetren más en el suelo para encontrar humedad. Además, el agua de lluvia favorece la disolución y disponibilidad de los nutrientes presentes en el suelo, facilitando su absorción por parte de la cepa.
Ahora bien, cabe recordar que no toda la lluvia es positiva. Una lluvia excesiva o fuera de tiempo –por ejemplo, poco antes de la vendimia– puede favorecer la aparición de hongos como el mildiu o el botrytis, e incluso diluir el mosto de la uva. Por eso, el equilibrio y el momento son claves.
En conclusión, la lluvia, cuando llega en el momento adecuado y en la cantidad justa, es una aliada imprescindible para el viñedo. Fortalece las cepas, nutre el suelo y ayuda a producir uvas de calidad.